LA INYECCION DE IRMA (en la “La interpretación de los
sueños” de Sigmund Freud)
1)
Información preliminar
A principios del verano de 1895 sometí al
tratamiento psicoanalítico a una señora joven, a la que tanto yo como todos los
míos profesábamos una cariñosa amistad. La mezcla de esta relación amistosa con
la profesional constituye siempre para el médico -y mucho
más para el psicoterapeuta- un inagotable venero de inquietudes. Su interés
personal aumenta y, en cambio, disminuye su autoridad. Un fracaso puede enfriar
la antigua amistad que le une a los familiares del enfermo. En este caso
terminó la cura con un éxito parcial: la paciente quedó libre de su angustia
histérica, pero no de todos sus síntomas somáticos. No me hallaba yo por aquel
entonces completamente seguro del criterio que debía seguirse para dar un fin
definitivo al tratamiento de una histeria, y propuse a la paciente una solución
que le pareció inaceptable. Llegaba la época del veraneo, hubimos de
interrumpir el tratamiento en tal desacuerdo. Así las cosas, recibí la visita
de un joven colega y buen amigo mío que había visto a Irma -mi paciente- y a su
familia en su residencia veraniega. Al preguntarle yo cómo había encontrado a
la enferma, me respondió: «Está mejor, pero no del todo.» Sé que estas palabras
de mi amigo Otto, o quizá el tono en que fueron pronunciadas, me irritaron.
Creí ver en ellas el reproche de haber prometido demasiado a la paciente, y
atribuí -con razón o sin ella- la supuesta actitud de Otto en contra mía a la
influencia de los familiares de la enferma, de los que sospechaba no ver con
buenos ojos el tratamiento. De todos modos, la penosa sensación que las
palabras de Otto despertaron en mí no se me hizo muy clara ni precisa, y me
abstuve de exteriorizarla. Aquella misma tarde redacté por escrito el historial
clínico de Irma con el propósito de enviarlo -como para justificarme- al doctor
M., entonces la personalidad que solía dar el tono en nuestro círculo. En la
noche inmediata, más bien a la mañana, tuve el siguiente sueño, que senté por
escrito al despertar y que es el primero que sometí a una minuciosa
interpretación.
2)
Sueño del 23-24 de julio de 1895.
En un amplio hall. Muchos
invitados, a los que recibimos. Entre ellos, Irma, a la que me acerco en
seguida para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y reprocharle no
haber aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores es
exclusivamente por tu culpa.» Ella me responde: «¡Si supieras qué dolores
siento ahora en la garganta, el vientre y el estómago!... ¡Siento una
opresión!...» Asustado, la contemplo atentamente. Está pálida y abotagada.
Pienso que quizá me haya pasado inadvertido algo orgánico. La conduzco junto a
una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se resiste un
poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que llevan dentadura
postiza. Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y veo a la
derecha una gran mancha blanca, y en otras partes, singulares escaras
grisáceas, cuya forma recuerda al de los cornetes de la nariz. Apresuradamente
llamo al doctor M., que repite y confirma el reconocimiento... El doctor M.
presenta un aspecto muy diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se ha
afeitado la barba... Mi amigo Otto se halla ahora a su lado, y mi amigo
Leopoldo percute a Irma por encima de la blusa y dice: «Tiene una zona de
macidez abajo, a la izquierda, y una parte de la piel, infiltrada, en el hombro
izquierdo» (cosa que yo siento como él, a pesar del vestido). M. dice: «No cabe
duda, es una infección. Pero no hay cuidado; sobrevendrá una disentería y se
eliminará el veneno...» Sabemos también inmediatamente de qué procede la
infección. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se
sintió mal, una inyección con un preparado a base de propil, propilena...,
ácido propiónico.... trimetilamina (cuya fórmula veo impresa en gruesos
caracteres). No se ponen inyecciones de este género tan ligeramente...
Probablemente estaría además sucia la jeringuilla. Este sueño presenta, con
respecto a otros muchos, una ventaja; revela en seguida claramente a qué
sucesos del último día se halla enlazado y cuál es el tema de que se trata. Las
noticias que Otto me dio sobre el estado de Irma y el historial clínico, en
cuya redacción trabajé hasta muy entrada la noche, han seguido ocupando mi
actividad anímica durante el reposo. Sin embargo, por la información preliminar
que antecede y por el contenido del sueño, nadie podría sospechar lo que el
mismo significa. Yo mismo no lo sé todavía. Me asombran los síntomas
patológicos de que Irma se queja en el sueño, pues no son los mismos por los
que hube de someterla a tratamiento. La desatinada idea de administrar a un
enfermo una inyección de ácido propiónico, y las palabras consoladoras del
doctor M. me mueven a risa. El sueño se muestra hacia su fin más oscuro y
comprimido que en su principio. Para averiguar su significado habré de
someterlo a un penetrante y minucioso análisis.
3)
Análisis
Un amplio «hall»; muchos
invitados, a los que recibimos. Durante este verano vivíamos en una villa,
denominada «Bellevue», y situada sobre una de las colinas próximas a Kahlenberg.
Esta villa había sido destinada anteriormente a casino, y tenía, por tanto,
habitaciones de amplitud superior a la corriente. Mi sueño se desarrolló
hallándome en «Bellevue», y pocos días antes del cumpleaños de mi mujer. En la
tarde que le precedió había expresado mi mujer la esperanza de que para su
cumpleaños vinieran a comer con nosotros algunos amigos, Irma entre ellos. Así,
pues, mi sueño anticipa esta situación. Es el día del cumpleaños de mi mujer, y
recibimos en el gran hall de «Bellevue» a nuestros numerosos invitados, entre
los cuales se halla Irma. Reprocho a Irma no haber aceptado aún la «solución».
Le digo: «Si todavía tienes dolores, es exclusivamente por tu culpa.» Esto
mismo hubiera podido decírselo o se lo he dicho realmente en la vida despierta.
Por aquel entonces tenía yo la opinión (que luego hube de reconocer equivocada)
de que mi labor terapéutica quedaba terminada con la revelación al enfermo del
oculto sentido de sus síntomas. Que el paciente aceptara luego o no esta solución
-de lo cual depende el éxito o el fracaso del tratamiento- era cosa por la que
no podía exigírseme responsabilidad alguna. A este error, felizmente
rectificado después, le estoy, sin embargo, agradecido, pues me simplificó la
existencia en una época en la que, a pesar de mi inevitable ignorancia, debía
obtener resultados curativos. Pero en la frase que a Irma dirijo en mi sueño
advierto que ante todo no quiero ser responsable de los dolores que aún la
aquejan. Si Irma tiene exclusivamente la culpa de padecerlos todavía, no puede
hacérseme responsable de ellos. ¿Habremos de buscar en esta dirección el
propósito del sueño? Irma se queja de dolores en la garganta, el vientre y el
estómago, y de una gran opresión. Los dolores de estómago pertenecían al complejo
de síntomas de mi paciente, pero no fueron nunca muy intensos. Más bien se
quejaba de sensaciones de malestar y repugnancia. La opresión o el dolor de
garganta y los dolores de vientre apenas si desempeñaban papel alguno en su
enfermedad. Me asombra, pues, la elección de síntomas realizada en mi sueño y
no me es posible hallar por el momento razón alguna determinante. Está pálida y
abotagada. Mi paciente presenta siempre, por el contrario, una rosada
coloración. Sospecho que se ha superpuesto aquí a ella una tercera persona.
Pienso, con temor, que quizá me haya pasado inadvertida una afección orgánica.
Como fácilmente puede comprenderse, es éste un temor constante del especialista
que apenas ve enfermos distintos de los neuróticos y se halla habituado a atribuir
a la histeria un gran número de fenómenos que otros médicos tratan como de
origen orgánico. Por otro lado, se me insinúan -no sé por qué- ciertas dudas
sobre la sinceridad de mi alarma. Si los dolores de Irma son de origen
orgánico, no me hallo obligado a curarlos. Mi tratamiento no suprime sino los
dolores histéricos. Parece realmente como si desease hubiera existido un error
en el diagnóstico, pues entonces no se me podría reprochar fracaso alguno. La
conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al
principio se resiste un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las
mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso que nolo necesita. No he tenido
nunca ocasión de reconocer la cavidad bucal de Irma. El suceso del sueño me recuerda
el reciente reconocimiento de una institutriz, que me había hecho al principio
una impresión de juvenil belleza, y que luego, al abrir la boca, intentó
ocultar que llevaba dentadura postiza. A este caso se enlazan otros recuerdos
de reconocimientos profesionales y de pequeños secretos, descubiertos durante
ellos para confusión de médico y enfermo. Mi pensamiento de que Irma no
necesita dentadura postiza es, en primer lugar, una galantería para con nuestra
amiga, pero sospecho que encierra aún otro significado distinto. En un atento
análisis nos damos siempre cuenta de si hemos agotado o no los pensamientos
ocultos buscados. La actitud de Irma junto a la ventana me recuerda de repente
otro suceso. Irma tiene una íntima amiga, a la que estimo altamente. Una tarde
que fui a visitarla, la encontré al lado de la ventana en la actitud que mi
sueño reproduce, y su médico, el mismo doctor M., me comunicó que al
reconocerle la garganta había descubierto una placa de carácter diftérico. La
persona del doctor M. y la placa diftérica retornan en la continuación del
sueño. Recuerdo ahora que en los últimos meses he tenido razones suficientes
para sospechar que también esta señora padece de histeria. Irma misma me lo ha
revelado. Pero ¿qué es lo que de sus síntomas conozco? Precisamente que sufre
de opresión histérica de la garganta, como la Irma de mi sueño. Así, pues, he
sustituido en éste a mi paciente por su amiga. Ahora recuerdo que he acariciado
varias veces la esperanza de que también esta señora se confiase a mis cuidados
profesionales; pero siempre he acabado por considerarlo improbable, pues es
persona de carácter muy retraído. Se resiste a la intervención médica, como
Irma en mi sueño. Otra explicación sería la de que no lo necesita, pues hasta
ahora se ha mostrado suficientemente enérgica para dominar sin auxilio ajeno
sus trastornos. Quedan ya tan sólo algunos rasgos que no me es posible
adjudicar a Irma ni a su amiga: la palidez, el abotagamiento y la dentadura
postiza. Esta última despertó en mí el recuerdo de la institutriz antes citada.
A continuación se me muestra otra persona, a la que los rasgos restantes
podrían aludir. No la cuento tampoco entre mis pacientes, ni deseo que jamás lo
sea, pues se avergüenza ante mí, y no la creo una enferma dócil. Generalmente,
se halla pálida, y en temporada que gozó de excelente salud engordó hasta
parecer abotagada . Por tanto, he comparado a Irma con otras dos personas que
se resistirán igualmente al tratamiento. ¿Qué sentido puede tener el haberla
sustituido por su amiga en mi sueño? Quizá el de que deseo realmente una tal
sustitución, por serme esta señora más simpática o porque tengo una más alta
idea de su inteligencia. Resulta, en efecto, que Irma me parece ahora
ininteligente por no haber aceptado mi solución. La otra, más lista, cedería
antes. Por fin abre bien la boca; la amiga de Irma me relataría sus
pensamientos con más sinceridad y menor resistencia que aquélla . En la
garganta veo una mancha blanca y escaras de forma semejante a los cornetes de
la nariz. La mancha blanca me recuerda la difteria y, por tanto, a la amiga de
Irma, y, además, la grave enfermedad de mi hija mayor, hace ya cerca de dos
años, y todos los sobresaltos de aquella triste época. Las escaras que cubren
las conchas nasales aluden a una preocupación mía sobre mi propia salud. En
esta época solía tomar con frecuencia cocaína para aliviar una molesta rinitis,
y había oído decir pocos días antes que una paciente, queusaba este mismo
medio, se había provocado una extensa necrosis de la mucosa nasal. La
prescripción de la cocaína para estos casos, dada por mí en 1885, me ha atraído
severos reproches. Un querido amigo mío, muerto ya en 1885, apresuró su fin por
el abuso de este medio. Apresuradamente llamo al doctor M., que repite el
reconocimiento. Esto correspondería sencillamente a la posición que M. ocupaba
entre nosotros. Pero «mi apresuramiento» es lo bastante singular para exigir
una especial explicación. Evoca en mí el recuerdo de un triste suceso
profesional. Por la continuada prescripción de una sustancia que por entonces
se creía aún totalmente innocua (sulfonal) provoqué una vez una grave
intoxicación en una paciente, teniendo que acudir en busca de auxilio a la
mayor experiencia de mi colega el doctor M., más antiguo que yo en el ejercicio
profesional. Otras circunstancias accesorias prueban que es éste realmente el
suceso a que en mi sueño me refiero. La enferma, que sucumbió a la
intoxicación, llevaba el mismo nombre que mi hija mayor. Hasta el momento no se
me había ocurrido pensar en ello, pero ahora se me aparece este suceso como una
represalia del Destino y como si la sustitución de personas hubiera de
proseguir aquí en un distinto sentido: esta Matilde por aquella Matilde; ojo
por ojo y diente por diente. Parece como si fuera buscando todas aquellas
ocasiones por las que me puedo reprochar una insuficiente conciencia
profesional. El doctor M. está pálido, se ha quitado la barba y cojea. Lo que
de verdad entraña esta parte del sueño se reduce a que el doctor M. presenta a
veces tan mal aspecto, que llega a inquietar a sus amigos. Los dos caracteres
restantes deben de pertenecer a otras personas. Recuerdo ahora a mi hermano
mayor, residente en el extranjero, que llevaba el rostro afeitado y al que, si
no me equivoco, se parecía extraordinariamente el doctor M. de mi sueño. Hace
algunos días nos llegó la noticia de que un ataque de artritismo a la cadera le
hacía cojear un poco. Tiene que existir una razón que me haya hecho confundir
en mi sueño a ambas personas en una sola. Recuerdo, en efecto, que me hallo
irritado contra ambas por algún motivo: el de haber rechazado una proposición
que recientemente les hice. Mi amigo Otto se halla ahora al lado de la enferma,
y mi amigo Leopoldo la percute y descubre una zona de macidez abajo, a la
izquierda. Leopoldo es también médico y, además, pariente de Otto. El Destino
los ha convertido en competidores, pues ejercen igual especialidad y se los
compara constantemente entre sí. Ambos han trabajado conmigo durante varios
años, mientras fui director de un consultorio público para niños neuróticos, y
con gran frecuencia se desarrollan durante esta época escenas como la que mi
sueño reproduce. Mientras yo discutía con Otto sobre el diagnóstico de un caso,
había Leopoldo reconocido de nuevo al niño y nos aportaba un inesperado dato
decisivo. Entre Otto y Leopoldo existe una fundamental diferencia de carácter.
El primero sobresalía por su rapidez de concepción, mientras que el segundo era
más lento, pero también más cuidadoso y concienzudo. Si en mi sueño coloco
frente a frente a Otto y al prudente Leopoldo, ello es claramente para hacer
resaltar al segundo. Trátase de una comparación análoga a la que anteriormente
efectué entre Irma, paciente nada dócil, y su amiga, a la que tengo por más
inteligente. Advierto también ahora una de las vías sobre la que se desplaza la
asociación de pensamientos en el sueño, y que va desde la niña enferma al
consultorio para niños enfermos. La zona de macidez, abajo, a la izquierda, me
hace la impresión de corresponder en todos sus detalles a un caso en el que me
admiró la concienzuda seguridad de LeopoldoPor otra parte, surge en mí
vagamente la idea de algo como una afección metastásica; pero pudiera también
ser una relación con la paciente que desearía sustituyera a Irma. Esta señora
simula, en efecto, y por lo que he podido observar, una tuberculosis. Una parte
de la piel, infiltrada en el hombro izquierdo. Caigo inmediatamente en que se
trata de mis propios dolores reumáticos en el hombro, dolores que se hacen
sentir siempre que permanezco en vela hasta altas horas de la noche. La letra
del sueño confirma esta interpretación, mostrándose aquí un tanto equívoca; ...
cosa que ya siento como él; esto es, que siento en mi propio cuerpo. Además,
extraño los términos, nada habituales: «Una parte de la piel infiltrada.» A la
frase «una infiltración posterosuperior izquierda» estamos acostumbrados. Esta
frase se referiría al pulmón, y con ello nuevamente a la tuberculosis. A pesar
del vestido. Esto no es, desde luego, sino una interpolación accesoria. En el
consultorio acostumbrábamos, como es natural, hacer desnudar a los niños para
reconocerlos; detalle que se opone aquí a la forma en que hemos de reconocer a
nuestras pacientes adultas. De un excelente clínico solía referirse que nunca
reconoció a sus enfermas sino por encima de los vestidos; a partir de aquí se
oscurecen mis ideas, o dicho francamente, no me siento inclinado a profundizar
más en esta cuestión. El doctor M. dice: «No cabe duda; es una infección. Pero
no hay cuidado; sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno.» Todo esto
me parece al principio absolutamente ridículo; mas, sin embargo, habré de
someterlo, como los demás elementos del sueño, a un cuidadoso análisis. Lo que
en la paciente he hallado es una difteritis local. De la época en que mi hija
estuvo enferma, recuerdo la discusión sobre difteritis y difteria. Esta última
sería la infección general, subsiguiente a la difteritis local. Así, pues, es
una tal infección general lo que Leopoldo diagnostica al descubrir la zona de
macidez, la cual hace pensar en un foco metastásico. Pero creo que precisamente
en la difteria no se presentan jamás tales metástasis. Más bien me recuerdan
una piemia. No hay cuidado. Es ésta una frase de aliento y consuelo, que, a mi
juicio, se justifica en la forma siguiente: el fragmento onírico últimamente
examinado pretende que los dolores de la paciente proceden de una grave
afección orgánica. Sospecho que con esto no quiero sino alejar de mí toda
culpa. El tratamiento psíquico no puede ser hecho responsable de la no curación
de una difteritis. De todos modos, me avergüenza echar sobre Irma el peso de
una tan grave enfermedad no más que para quedarme libre de todo reproche, y
necesitando algo que me garantice un desenlace favorable, me parece de perlas
poner las palabras de aliento en la boca del doctor M. Pero en este punto me
coloco por encima del sueño, cosa que necesita explicación. Mas ¿por qué es
este consuelo tan desatinado? Disentería. Una cualquiera representación teórica
lejana de que los gérmenes patógenos pueden ser eliminados por el intestino.
¿Me propondré acaso burlarme así de la inclinación del doctor M. a
explicaciones un tanto traídas por los cabellos y a singulares conexiones
patológicas? La disentería evoca en mí otras ideas distintas. Hace pocos meses
reconocí a un joven que padecía singulares trastornos intestinales y al que
otros colegas habían tratado como un caso de «anemia con nutrición
insuficiente». Comprobé que se trataba de un histérico, pero no quise ensayar
en él mi psicoterapia, y le recomendé que hiciese un viaje por mar. Hace pocos
días recibí desde Egipto una desesperada carta de este enfermo, en la que me
comunicaba haber padecido un nuevo ataque, que el médico había diagnosticado de
disentería. Sospecho,ciertamente, que este diagnóstico es un error de un
ignorante colega, que se ha dejado engañar por una de las simulaciones de la
histeria; pero de todos modos, no puedo por menos de reprocharme el haber
expuesto a mi paciente a contraer, sobre su afección intestinal histérica, una
afección orgánica. «Disentería» suena análogamente a «difteria», palabra que no
aparece en el sueño. Habré realmente de aceptar que con el pronóstico optimista
que en mi sueño pongo en boca del doctor M. no persigo sino burlarme de él,
pues ahora recuerdo que hace años me relató él mismo, con grandes risas, una
análoga historia. Había sido llamado a consultar con otro colega sobre un
enfermo grave, y ante el optimismo del médico de cabecera hubo de señalarle la
presencia de albúmina en la orina del paciente. «No hay cuidado -respondió el
optimista-; la albúmina se eliminará por sí sola.» No cabe, pues, duda alguna
de que esta parte de mi sueño entraña una burla hacia aquellos de mis colegas
ignorantes de la histeria. Como para confirmarlo así, surge ahora en mi
pensamiento la siguiente interrogación: ¿Sabe acaso el doctor M. que los
fenómenos que su paciente -la amiga de Irma- presenta, y que hacen temer una
tuberculosis, son de origen histérico? ¿Ha descubierto la histeria o se ha
dejado burlar por ella? Mas ¿qué motivo puedo tener para tratar tan mal a un
amigo? Muy sencillo. El doctor M. está tan poco conforme como Irma misma con la
«solución» por mí propuesta. De este modo me he vengado ya en mi sueño de dos
personas: de Irma, diciéndole que si aún tenía dolores era exclusivamente por
su culpa, y del doctor M., con el desatinado pronóstico que pongo en sus
labios. Sabemos inmediatamente de qué procede la infección. Este inmediato
conocimiento en el sueño es algo muy singular. Un instante antes no sabíamos
nada, pues la infección no fue descubierta hasta el reconocimiento efectuado
por Leopoldo. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se
sintió mal, una inyección. Otto me había referido realmente que durante su
corta estancia en casa de la familia de Irma le llamaron del hotel próximo para
poner una inyección a un individuo que se había sentido repentinamente enfermo.
Las inyecciones me recuerdan de nuevo a aquel infeliz amigo mío que se envenenó
con cocaína. Yo le había aconsejado el uso interno de esta sustancia únicamente
durante una cura de desmorfinización, pero el desdichado comenzó a ponerse
inyecciones de cocaína. Con un preparado a base de propil..., propilena...,
ácido propiónico. ¿Cómo puede incluirse esto en mi sueño? Aquella misma tarde,
después de la cual redacté por cierto el historial clínico de Irma y tuve el
sueño que ahora me ocupa, abrió mi mujer una botella de licor, en cuya etiqueta
se leía la palabra ananás (piña), y que nos había sido regalada por Otto. Tiene
éste la costumbre de aprovechar toda ocasión que para hacer un regalo pueda
presentársele; costumbre de la que es de esperar le cure algún día una mujer.
Destapada la botella, emanaba del licor un tal olor amílico, que me negué a
probarlo. Mi mujer propuso regalárselo a los criados; pero yo, más prudente, me
opuse, observando humanitariamente que tampoco ellos debían envenenarse. El
olor a amílico despertó en mí sin duda, el recuerdo de la serie química: amil,
propil, metil, etc., y este recuerdo proporcionó al sueño el preparado a base
de propil. De todos modos, he realizado aquí una sustitución. He soñado con el
propil después de haber olido el amil, pero tales sustituciones se hallan quizá
permitidas precisamente en la química orgánica. Trimetilamina. En mi sueño veo
la fórmula química de esta sustancia, cosa que testimonia de un gran esfuerzo
de mi memoria, y la veo impresa en gruesos caracteres, como si quisiera hacer
resaltar su especial importancia dentro del contexto en que se halla incluida.
¿Adónde puede llevarme la trimetilamina sobre la cual es atraída mi atención en
esta forma? A una conversación con otro amigo mío, que desde hace muchos años
sabe de todos mis trabajos en preparación como yo de los suyos. Por aquella época
me había comunicado ciertas ideas sobre una química sexual, y, entre otras, la
de que la trimetilamina le parecía constituir uno de estos productos del
metabolismo sexual. Este cuerpo me conduce, pues, a la sexualidad; esto es, a
aquel factor al que adscribo la máxima importancia en la génesis de las
afecciones nerviosas, cuya curación me propongo. Irma, mi paciente, es una
joven viuda. Si me veo en la necesidad de disculpar el mal éxito de la cura en
su caso, habré seguramente de alegar este hecho, al que sus amigos pondrían
gustosos el remedio. Pero ¡observemos cuán singularmente construido puede
hallarse un sueño! La otra señora, a la que yo quisiera tener como paciente en
lugar de Irma, es también una joven viuda. Sospecho por qué la fórmula de la trimetilamina
ha adquirido tanta importancia en el sueño. En esta palabra se acumula un gran
número de cosas harto significativas. No sólo es una alusión al poderoso factor
«sexualidad», sino también a una persona cuya aprobación recuerdo con agrado
siempre que me siento aislado en medio de una opinión hostil o indiferente a
mis teorías. Y este buen amigo mío, que tan importante papel desempeña en mi
vida, ¿no habrá de intervenir aún más en el conjunto de ideas de mi sueño?
Desde luego posee especialísimos conocimientos sobre las afecciones que se
inician en la nariz o en las cavidades vecinas, y ha aportado a la Ciencia el
descubrimiento de singularísimas relaciones de los cornetes nasales con los
órganos sexuales femeninos. (Las tres escaras grisáceas que advierto en la
garganta de Irma.) He hecho que reconociera a esta paciente para comprobar si
los dolores de estómago que padecía podían ser de origen nasal. Pero se da el
caso de que él mismo padece una afección nasal que me inspira algún cuidado. A
esta afección alude, sin duda, la piemia, cuya duda surge en mí, asociada a la
metástasis de mi sueño. No se ponen inyecciones de este género tan ligeramente.
Acuso aquí, directamente, de ligereza a mi amigo Otto. Realmente creo haber
pensado algo análogo la tarde anterior a mi sueño, cuando me pareció ver
expresado en sus palabras o en su mirada un reproche contra mi actuación
profesional con Irma. Mis pensamientos fueron, aproximadamente, como sigue:
«¡Qué fácilmente se deja influir por otras personas, y cuán ligero es en sus
juicios !» Esta parte del sueño alude, además, a aquel difunto amigo mío, que
tan ligeramente se decidió a inyectarse cocaína. Como ya he indicado antes, al
prescribirle el uso interno de esta sustancia no pensé jamás que pudiera
administrársela en inyecciones. Al reprochar a Otto su ligereza en el empleo de
ciertas sustancias químicas observo que rozo de nuevo la historia de aquella
infeliz Matilde, de la que se deduce un análogo reproche para mí. Claramente se
ve que reúno aquí ejemplos de mi conciencia profesional, pero también de todo
lo contrario. Probablemente estaría, además, sucia la jeringuilla. Un nuevo
reproche contra Otto, pero de distinta procedencia. Ayer encontré casualmente
al hijo de una señora de ochenta y dos años, a la que administro diariamente
dos inyecciones demorfina. En la actualidad se halla veraneando, y ha llegado
hasta mí la noticia de que padece una flebitis. Inmediatamente pensé que debía
tratarse de una infección provocada por falta de limpieza de la jeringuilla. Puedo
vanagloriarme de no haber causado un solo accidente de este género en dos años
que llevo tratándola a diario. Bien es verdad que la total asepsia de la
jeringuilla constituye mi constante preocupación. En estas cosas soy siempre
muy concienzudo. La flebitis me recuerda de nuevo a mi mujer, que padeció de
esta enfermedad durante un embarazo. Después surge en mí el recuerdo de tres
situaciones análogas, de las que fueron, respectivamente, protagonistas mi
mujer, Irma y la difunta Matilde; situaciones cuya entidad es, sin duda alguna,
lo que me ha permitido sustituir entre sí a estas tres personas en mi sueño.
Aquí termina la interpretación emprendida. Durante ella me ha costado trabajo
defenderme de todas las ocurrencias a las que tenía que incitarme la comparación
del sentido del sueño con las ideas que tras él se ocultaban. El «sentido» del
sueño ha surgido a mis ojos. He advertido una intención que el sueño realiza, y
que ha tenido que constituir su motivo. El sueño cumple algunos deseos que los
sucesos del día inmediatamente anterior (las noticias de Otto y la redacción
del historial clínico) hubieron de despertar en mí. El resultado del sueño es,
en efecto, que no soy yo, sino Otto, el responsable de los dolores de Irma.
Otto me ha irritado con sus observaciones sobre la incompleta curación de Irma,
y el sueño me venga de él, volviendo en contra suya sus reproches. Al mismo
tiempo me absuelve de toda responsabilidad por el estado de Irma atribuyéndolo
a otros factores, que expone como una serie de razonamientos, y presenta las
cosas tal y como yo desearía que fuesen en la realidad. Su contenido es, por
tanto, una realización de deseos, y su motivo, un deseo. Todo esto resulta
evidente; pero también se nos hace comprensible, desde el punto de vista de la realización
de deseos, una gran parte de los detalles del sueño. En éste me vengo de Otto
no sólo por su parcialidad en el caso de Irma -atribuyéndole una ligereza en el
ejercicio de su profesión (la inyección)-, sino también por la mala calidad de
su licor, que apestaba a amílico, y hallo una expresión que reúne ambos
reproches: una inyección con un preparado a base de propilena. Pero aún no me
doy por satisfecho, y continúo mi venganza situándole frente a su competidor.
De este modo me parece que le digo: «Leopoldo me inspira más estimación que
tú.» Tampoco es Otto el único a quien hago sentir el peso de mi cólera. Me
vengo también de mi indócil paciente, sustituyéndola por otra más inteligente y
manejable. De igual modo no dejo pasar sin protesta la contradicción del doctor
M., sino que, por medio de una transparente alusión, le expreso un juicio de
que en este caso se ha conducido como un ignorante («sobrevendrá una
disentería», etc.), y apelo contra él ante alguien en cuya ciencia fío más
(ante aquel amigo mío que me habló de la trimetilamina), en la misma forma que
apelo de Irma ante su amiga, y de Otto, ante Leopoldo. Anuladas las tres
personas que me son contrarias, y sustituidas por otras tres de mi elección,
quedo libre de los reproches que no quiero haber merecido. La falta de
fundamento de estos reproches queda también amplia y minuciosamente demostrada
en mi sueño. No me cabe responsabilidad alguna de los dolores de Irma, pues si
continúa padeciéndolos es exclusivamente por su culpa al no querer aceptar mi
solución. Tales dolores son de origen orgánico, no pueden ser curados por medio
de un tratamiento psíquico, y, por tanto, nada tengo que ver en ellos. En
tercer lugar, se explican satisfactoriamente por la viudez de
Irma(¡trimetilamina!), cosa contra la cual nada me es posible hacer. Además,
han sido provocados por una imprudente inyección que Otto le administró con una
sustancia inadecuada, falta en la que jamás he incurrido. Por último, proceden
de una inyección practicada con una jeringuilla sucia, como la flebitis de mi
anciana paciente; complicación que nunca he acarreado a mis enfermos. Advierto,
ciertamente, que estas explicaciones de los padecimientos de Irma no concuerdan
entre sí, sino que se excluyen unas a otras. Toda mi defensa -que no otra cosa
constituye este sueño- recuerda vivamente la de aquel individuo al que un
vecino acusaba de haberle devuelto inservible un caldero que le había prestado,
y que rechazaba tal acusación con las siguientes razones: «En primer lugar, le
he devuelto el caldero completamente intacto; además, el caldero estaba ya
agujereado cuando me lo prestó. Por último, jamás le he pedido prestado ningún
caldero.» Las razones son contradictorias, pero bastará con que se aprecie una
de ellas para declarar al individuo libre de toda culpa. En el sueño aparecen
otros temas, cuya relación con mis descargos respecto a la enfermedad de Irma
no se muestra tan transparente: la enfermedad de mi hija y la de una paciente
de igual nombre; la toxicidad de la cocaína; la afección de mi paciente,
residente en Egipto; mis preocupaciones sobre la salud de mi mujer, de mi
hermano y del doctor M., mis propias dolencias, y el cuidado que me inspira la
afección nasal de mi amigo ausente. Pero todo ello puede reunirse en un solo
círculo de ideas, que podría rotularse: preocupaciones sobre la salud tanto
ajena como propia, y conciencia profesional. Recuerdo haber experimentado una
vaga sensación penosa cuando Otto me trajo la noticia del estado de Irma. Del
círculo de ideas que intervienen en el sueño quisiera extraer ahora, a
posteriori, la expresión que en él halla dicha fugitiva sensación. Es como si
Otto me hubiera dicho: «No tomas suficientemente en serio tus deberes
profesionales; no eres lo bastante concienzudo, y no cumples lo que prometes.»
Ante este reproche se puso a mi disposición el círculo de ideas indicado para
permitirme demostrar hasta qué punto soy un fiel cumplidor de mis deberes
médicos y cuánto me intereso por la salud de mis familiares, amigos y
pacientes. En este acervo de ideas aparecen singularmente algunos recuerdos
penosos, pero todos ellos tienden más a apoyar las inculpaciones que sobre Otto
acumulo que a mi propia defensa. El conjunto de pensamientos es impersonal,
pero la conexión de este amplio material, sobre el que el sueño reposa, con el
tema más restringido del mismo, que ha dado origen a mi deseo de no ser
responsable del estado de Irma, no puede pasar inadvertida. De todos modos, no
quiero afirmar haber descubierto por completo el sentido de este sueño ni que
en su interpretación no existan lagunas. Podría aún dedicarle más tiempo,
extraer de él nuevas aclaraciones y analizar nuevos enigmas, a cuyo
planteamiento incita. Sé incluso cuáles son los puntos a partir de los cuales
podríamos perseguir nuevas series de ideas, pero consideraciones especiales,
que surgen de todo análisis de un sueño propio, me obligan a limitar la labor
de interpretación. Aquellos que se precipiten a criticar una tal reserva pueden
intentar ser más sinceros que yo. Por el momento me satisfaré con señalar un
nuevo conocimiento que nuestro análisis nos ha revelado. Siguiendo el método de
interpretación onírica aquí indicado, hallamos que el sueño tiene realmente un
sentido, y no es en modo alguno, como pretenden los investigadores, la expresión
de una actividad cerebral fragmentaria. Una vez llevada a cabo la
interpretación completa de un sueño, se nos revela éste como una realización de
deseos.